Mirando entre los
libros de mis padres me topé con un título que llamó mi atención: "Avívanos, Señor" (publicado
en 2003). Se trata de una serie de reflexiones coordinadas por Juan Gili y
Pedro Gelabert y que toman como base un antiguo himno de mismo título:
Avívanos, Señor,
Sintamos el poder
Del Santo Espíritu de Dios
En todo nuestro ser.
Sintamos el poder
Del Santo Espíritu de Dios
En todo nuestro ser.
CORO
Avívanos, Señor
Con nueva bendición;
Inflama el fuego de tu amor
En cada corazón.
Avívanos, Señor
Con nueva bendición;
Inflama el fuego de tu amor
En cada corazón.
Avívanos, Señor,
Tenemos sed de Ti,
Las lluvias de tu bendición
Derrama ahora aquí.
Tenemos sed de Ti,
Las lluvias de tu bendición
Derrama ahora aquí.
Avívanos, Señor,
Despierta más amor,
Más celo y fe en tu pueblo aquí
En bien del pecador.
Despierta más amor,
Más celo y fe en tu pueblo aquí
En bien del pecador.
(Compositor
William H. Doane, letra original Albert Midiane,
traducido por
Enrique Turral)
El libro tiene
principalmente 5 partes: el prólogo y el epílogo está redactado por los
coordinadores del libro y basan su meditación en la primera y última estrofa
del himno. Luego diferentes creyentes de la geografía española (tanto hombres
como mujeres, entre los que puedo destacar a Federico Aparisi, Jaime Fernández,
José Grau, Ana Maria Huck Vangioni, Cesca Planagumá, Samuel Pérez Millos...)
comentan el coro y la segunda estrofa. Un apartado muy interesante y
enriquecedor es el titulado "La
carga por avivamiento" donde el historiador Bernard Coster nos habla
sobre la historia de los avivamientos.
La finalidad del
libro queda clara desde el principio: "despertar
el interés de los creyentes cristianos de prepararse espiritualmente y pedirle
a Dios que nos envíe un avivamiento espiritual". Gran finalidad que
podemos desear hoy, 11 años después, ya que poco avivamiento espiritual vemos a
nuestro alrededor en nuestra querida España...
Pero ¿en qué
consiste nuestro anhelo de avivamiento...? Se pregunta Bernard Coster, y
comparto su respuesta: "... deseamos experimentar en nuestros propios días
el poder del evangelio, que es poder de Dios para salvación (Rom 1:6), un
despertar auténtico y profundo de los creyentes, una regeneración de la iglesia
por una obra milagrosa del Espíritu Santo, que le permita estar a la altura de
los desafíos de la época postcristiana, para que sepa llevar a Cristo a mujeres
y hombres de nuestro tiempo, para repartir el consuelo del Evangelio, enseñando
en instruyendo a un pueblo perdido y confuso a vivir en santidad y en temor del
Señor."
(continuará)
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