Modera mi marcha, Señor.
Acalla los latidos
de mi corazón, sosegando mi mente.
Afirma mis pasos
acelerados con una visión del alcance de lo eterno.
Dame, en medio de
la confusión del día, la calma de los montes. Quebranta y reduce la tensión de
mis nervios y músculos con la música tranquila de las corrientes melodiosas que
viven en mi memoria.
Enséñame el arte de
las cosas pequeñas: a detenerme para mirar una flor, charlar con un amigo,
acariciar un perro, sonreír a un niño, leer unas pocas líneas de un buen libro.
Modera mi marcha,
Señor, e inspírame para que eche raíces profundas en los valores permanentes de
la vida, para que pueda crecer hacia mi mayor destino.
Recuérdame cada día
que la carrera no es de los veloces, que hay algo más en la vida que
incrementar la rapidez.
Haz que mire al
roble gigantesco y sepa que se ha hecho tan robusto y tan grande porque ha
crecido lentamente y bien.
(Fuente
desconocida, publicada en “Cómo aconsejar en situaciones de crisis”, Norman
Wright)
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