En la contraportada del libro ya encontramos
la pregunta que va a ser contestada a lo largo del libro: “¿Cómo puede una iglesia normal y corriente convertirse en una
comunidad de personas donde se ayudan unas a otras a vivir en sus casas,
trabajos, iglesias y barrios como seguidores de Jesús en su misión de rescatar
al mundo?”
En este libro se habla sobre una nueva “cultura de la iglesia” donde hacer
discípulos sea algo central y natural. La mayoría de las personas no piensa en
sus vidas diarias como el lugar donde Dios va a trabajar y donde Dios quiere
usarnos. También se anticipa que la actitud que destruye la esperanza de
conseguirlo es la resistencia, a veces, obstinada, al cambio. Hemos limitado
nuestra comprensión de la iglesia a un lugar, un momento y un programa de
actividades, pero “la iglesia no es algo
que hacemos: es algo que somos”.
Es muy clarificador la explicación de los
conceptos de “iglesia reunida” (las
cosas que hacemos juntos en un lugar) e “iglesia
esparcida” (las cosas que hacemos cuando estamos separados). Es vital que
nos aseguremos que el tiempo que estamos reunidos nos prepare o capacite para
nuestra vida cotidiana cuando estamos separados.
La mayor parte del tiempo el pueblo de Dios
está esparcido por el mundo, conectando con compañeros del trabajo (estudios),
familia, vecinos y amigos. Pero no sólo la iglesia esparcida es una cuestión de
lugar sino de tiempo.
Explicación: hay 168 horas a la semana.
Quitando el tiempo que estamos durmiendo en el libro se propone que nos quedan
unas 120 horas, de ellas pasamos como iglesia reunida unas 10 horas (según el
libro de nuevo, en mi realidad sería unas 3-4 horas). Eso significa que unas
110 horas semanales las pasamos en el trabajo, estudios, familia y tiempo libre.
Ese espacio donde pasamos ese tiempo es nuestra “principal arena” para la
misión y el discipulado.
Se lanza la pregunta: ¿cómo podemos aprovechar mejor el tiempo como iglesia reunida para
vivir bien para Cristo el resto del tiempo? Y afirma que vale la pena
invertir tiempo y esfuerzo en pensar cómo los domingos pueden hacer que los
lunes sean diferentes.
Algunas tareas sencillas que se proponen son
practicar “el arte de escucharnos unos a otros”. Compartir historias de cosas
ordinarias y creer que Dios puede hacer cosas extraordinarias con ellas. Animarnos
unos a otros a bendecir a otros en nuestro alrededor. Orar por las autoridades
de la ciudad.
Es un principio bíblico bastante aceptado que
todos los cristianos son “sacerdotes” y por lo tanto capaces y preparados para
hacer la obra del ministerio, pero se advierte que “algunos líderes están
cómodos cuando tratan con un laicado débil, dependiente y necesitado, pero no
están muy contentos cuando se encuentran con un laicado fuerte, maduro y bien
informado”. Una triste realidad.
El propósito final es que las personas se sientan
enviadas a amar a la gente, a servir con todas sus fuerzas y a discernir lo que
Dios está haciendo allí.
Tengo que decir que me ha parecido muy
enriquecedor todo lo que he leído e imagino una iglesia así… y oro que ojalá
pueda ser una realidad pronto.